EL LIBRO DE CUENTOS

 

Estacioné mi coche bajo el árbol cercano a la entrada y con dificultad tomé las llaves muy deterioradas, entre abrí la crujiente puerta que marcaba visiblemente el paso de los años sobre la baldosa. 

Rompí el silencio taconeando con mis pasos, el escenario se veía muy triste y abandonado. Ventanas con vidrios rotos, telarañas caza mosquitos y un par de lauchitas atrevidas me cruzaron sorprendidas.

Debía evaluar el deterioro de la casa para pasar un informe al nuevo comprador que se haría cargo de todos los gastos. Anotando con detale en mi agenda las decadencias de paredes cascadas y descoloridas, puertas despintadas y desvencijadas y así recorriendo todo el inmueble.

La voz imprevista de una mujer paso a hacerme compañía mientras tomaba nota de todos los detalles.

Vestia una túnica blanca que le cubría hasta los pies, caían pasando sus hombros largos cabellos de plata, su voz sonó muy dulce haciendo un eco casi imperceptible al expresar la pregunta inesperada:

-¿Qué busca señora?. –

-“Recuerdos de mi infancia”, respondí con una amena sonrisa.-

Instantáneamente su cuerpo entonces se volvió casi trasparente, recubierto de pequeñas chispitas blancas fue cambiando como en cuentos el ambiente de tristeza que daba la vieja casona donde había vivido mi abuela materna. Resplandeció así mi pasada infancia en belleza indescriptible.

Todo se transformó en vida, familiares sonidos y aromas especiales.

La mesa navideña cubierta con mantel  estampado en muérdagos y velitas encendidas, tendido ya resaltaba sus colores y sobre él distribuida la familiar vajilla marcando los lugares que ocuparía tradicionalmente mi familia mediante su llegada. 

En un rincón, el arbolito de navidad iluminado con lucecitas intermitentes de colores, dejaba ver en reflejos los adornos dorados y al niño Dios en su humilde pesebre de paja.

Se encendieron las lámparas de la enorme araña pendiente del techo,rompió degolpe un bullicio estremecedor, era la llegada de toda mi familia al festejo acostumbrado. Me vi con unos 7 u 8 años rodeada de mis primos y un libro de cuentos en mis manos. En aquel tiempo las hadas formaban una gran parte de la literatura infantil, en cada historia aparecía alguna haciendo magia con su varita que al tocar cualquier objeto  y lo transforma en realidad de nuestra imaginación.

Solo yo los veía a todos, pero ellos no me podían verme mientras se acomodaban cada uno en su lugar para comenzar la ceremonia. Se hicieron las 12 de medianoche, el campanario de la iglesia a poca distancia de la casa, anunciaba con algarabía de campanadas retumbantes el nacimiento de este niño que lleva más de dos mil años su historia conmemorando su nacimiento. El brindis y los abrazos se convirtieron en  muestras de amor familiar. Nuestros progenitores y hermanos nos estrechamos en un fuerte vínculo, recordando muy especialmente ese calor de los brazos y besos de mis padres, yo no tenía hermanos pero mis primos si.

Quise acercarme a ellos, pero en el intento todo volvió a desaparecer como una burbuja esfumándose, tornándose ese escenaro en vetusto, solitario  y silencioso.

En un rincón de la sala tirado al olvido, en el piso y cubierto de tierra grisácea, me di cuenta que era ese libro de cuentos que leíamos con mis primos,  al tomarlo entre mis manos con los ojos empañados y sacudirle un poco ese polvo en sus hojas ajadas,  por mera coincidencia,  tenía impresa en la portada una imagen del hada idéntica a la de la señora vestida de blanco con sus cabellos de plata que me formuló la pregunta convirtiéndola en mágica. Increíbles son los recuerdos grabados en la infancia como despiertan un soplo de vida de sólo algunos momentos.

Ya debía regresar, aferrada al libro que dejaba ver mis huellas sobre el polvo, subí a mi coche observando aquel río que se deslizaba por una pequeña cascada al frente de la casa, él también había dejado su huella en ese tiempo de felicidad, un camino de tierra seca,  piedras desgastadas por los años y por las inclemencias del tiempo marcaba el final de la corriente de agua cristalina evaporada, como así se desvanecía el final de mi historia dejándome recordar mi infancia mientras me iba alejando con especial nostalgia  por rememorar ese pasado maravilloso de mi niñez ocasionado por el encuentro de ese especial libro.

©María Cristina Garay Andrade©

 Buenos Aires - Argentina